Queriendo Salvar Una Vida, Dios Salvó La Mía. No. 170
Era un viernes (del mes de Mayo del 2000) por la noche y prometía ser una guardia un poco agitada, como casi todos los fines de semanas en los últimos años en nuestra ciudad (Valencia Edo-Carabobo). Aquella noche estaba cumpliendo año y medio de servicio como Paramédico en la Institución para la cual trabajo. Aproximadamente siendo las 10:30 p.m., recibí un llamado por parte de la central de emergencia, notificando un posible herido por arma de fuego en la región torácico; recuerdo que el centralista indicó que el paciente se encontraba en muy malas condiciones y en peligro de perder su vida.
A ese llamado acudí rápidamente junto con mi compañero de guardia, (el cual conducía la ambulancia) y que me decía: ¡Tranquilo, que llegaremos antes de que muera! En el trayecto hacia aquel lugar, solo pensaba en que podía utilizar para tratar de llevar con vida aquella persona hasta un centro asistencial. Después de 10 minutos de haber recibido el llamado de emergencia, llegamos al sitio. Allí se encontraba un joven de aproximadamente 17 años de edad con tres impactos de bala, (uno en su tórax y dos en la región abdominal) y estaba agonizando, no se necesitaba tener mucho conocimiento para saber que aquel joven estaba a punto de dejar este mundo y pasar a la eternidad.
Hicimos lo humanamente posible para tratar de estabilizarlo, lo montamos a la ambulancia y rápidamente salimos hacia el Hospital Central de Valencia. Aquel moribundo joven tenía dentro de su boca un papel, que con mucha dificultad lo logró sacar y entregarlo en mis manos. Que sorpresa fue el darme cuenta que era una hoja del Nuevo Testamento, que tenia subrayado el bien conocido versículo de (Juan 3:16) “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” Este versículo yo lo había aprendido cuando niño en una Escuela Bíblica.
Pero sí fue sorpresivo para mí, el ver lo que este joven tenía en su boca, mucho más fue el hecho de escuchar a este jovencito suplicarme que le leyera una y otra vez, ese versículo subrayado. Yo con mucho temor y con dolor en mi alma le leía una y otra vez aquel versículo. Mientras leía aquel muchacho lloraba y decía con voz entrecortada ¡Mi madre siempre decía: que con ese versículo yo podía encontrar el regalo más grande que un hombre podía imaginar!, sin duda que él se refería a la Salvación del alma.
Momentos después, estábamos en la sala de emergencias del Hospital con muchos médicos y enfermeras alrededor y yo solo pensaba en las palabras que había leído repetidas veces en el camino hacia el Hospital: “Dios dio a su Hijo para que yo creyera en él y no me perdiera”. Con esto en mi pensamiento y corazón, fui interrumpido por unas palabras muy tristes: ¡Ya no hay nada que hacer, el joven ha muerto! Al escuchar aquellas palabras comencé a llorar desconsoladamente y algunos de los presentes me preguntaban si era aquel joven mi familiar, a lo cual respondí tan solo, que ahora comprendo el por qué, de la tan grande necesidad de este muchacho de escuchar las palabras de (Juan 3:16).
En esa misma hora abrí mi corazón al Señor Jesús, le pedí que perdonara todos mis pecados y lavara mi alma con su sangre preciosa derramada en la cruz del Calvario, pude experimentar un gozo tan grande que jamás había sentido y pensé en el regalo al que se refería la madre de este joven. Luego, pensé en dos cosas: Primero en aquel que yacía sin signos en aquella camilla, si tal vez el pudo clamar por la salvación de su alma antes de morir. Y en segundo lugar pensé: en lo que Dios había permitido o en el medio que él había utilizado para que Jesús Terán, (pues, ese es mi nombre), comprendiera mí condición delante de él y así llegara a sus pies contrito y humillado. Qué bueno es saber que el Señor Jesucristo dijo: “Al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan. 6:37).
Dios permita que mi experiencia “Queriendo salvar una vida, Dios salvó la mía", pueda ser de ayuda para que Tú también puedas llegar a los pies de Cristo, confesando tus pecados y reconociéndole como tú Salvador personal. Amén.
-- César B. García R.
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